¿En Chile se violan los derechos humanos?
José Baroja | Especiales | Revista TMX
Santiago de Chile.- ¿Se violan los Derechos Humanos en Chile? Según Amnistía Internacional, los “derechos humanos” son “derechos que tenemos todas las personas por el mero hecho de existir. Respetarlos permite crear las condiciones indispensables para que los seres humanos vivamos dignamente en un entorno de libertad, justicia y paz. El derecho a la vida, a la libertad de expresión y de conciencia, a la educación, a la vivienda, a la participación política o de acceso a la información son algunos de ellos”.
La ONU los define como “derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición”. Repetiré la pregunta: ¿Se violan los Derechos Humanos en Chile? Sí, se violan.
Ya es 29 de octubre de 2019, nos encaminamos rápidamente a completar la segunda semana de protestas a nivel nacional; protestas, cabrá recordar, que explotaron el pasado viernes 18 de octubre de 2019 y que siete días después, específicamente el 25 de octubre, marcarían un hito simbólico en nuestra Historia: según números oficiales, una marcha de más de un millón y medio de personas en la capital y de un millón más en todo Chile.
Marcha, por cierto, de la que incluso el Gobierno y sus representantes quisieron descaradamente apropiarse, mediante mensajes en las redes sociales u otros medios, en un infructuoso intento por cambiar la opinión pública. Definitivamente no les funcionó.
Ya han pasado casi dos semanas y, sin embargo, Sebastián Piñera, Presidente de Chile, ha seguido tercamente un discurso que fuera de plantear soluciones concretas al conflicto, lo ha acentuado majaderamente, preso de un relato que no logra desprenderse de lo económico dejando así la puerta abierta a que los abusos dentro del “Estado de Derecho” sigan in crescendo, violentistas y fanáticos/as incluidos/as.
Ciertamente el primer mandatario es el responsable político de las decisiones que se han tomado para Chile durante las dos últimas semanas, más allá de que haya una responsabilidad acumulada junto al resto de la “clase política”, que incluye, sin duda, a la Oposición en su conjunto. No obstante, el Presidente es responsable, junto a su gabinete, de que las llamadas “fuerzas de orden” se hayan constituido en un peligroso “punto de quiebre” contra la ciudadanía, legítimamente descontenta a causa de las desigualdades e injusticias sistemáticamente instaladas en la sociedad chilena durante los periodos presidenciales que siguieron a la Dictadura cívico-militar chilena; no es casual que la única instituación bien valorada hoy en Chile sean los bomberos.
Sin duda, “las fuerzas del orden”, comandadas por el Gobierno, han contribuido a incendiar más una rabia que bien podría extender la violencia más marginal hacia “espacios” que las chilenos y los chilenos condenamos. Marginal, puesto que, fuera del discurso reiterativo de Sebastián Piñera, la mayoría de la población se ha expresado pacíficamente desde el día uno y sigue haciéndolo.
Incluso el empresariado ha dado muestras de comprender esto. En cierto modo, pareciera que las políticas adoptadas por el actual gobierno apuntaran más, consciente o inconscientemente, a que ciertos focos de protesta se radicalizaran sobre la base de decisiones que no van explícitamente en la dirección correcta. ¿Cuál sería la dirección correcta a esta altura del partido? La gente.
De hecho, estoy seguro de que muchas chilenas y chilenos, aún están sorprendidos de la actitud del Gobierno, que recién ayer lunes 28 de octubre realizó un cambio de gabinete solicitado e imperioso ya hace bastantes días. Cambio de gabinete, vale aclarar, que mediáticamente se manejó como un espectáculo interino de apoyo, donde fuimos testigos de abrazos efusivos, sonrisas y aparente tranquilidad para, al final, escuchar un discurso que se ha venido repitiendo durante el último tiempo acerca de la “paz social” y de los esfuerzos del Gobierno que ha escuchado fuerte y clara la voz del pueblo.
Sinceramente pienso que cada aplauso que se escuchó durante dicho “evento político” se convirtió en una cachetada a mano abierta contra una ciudadanía que aún protesta en las calles por abusos, violencia e injusticia. Es cierto, Andrés Chadwick, primo y ahora ex Ministro del Interior fue sacado de su cargo, aun cuando se hiciera en medio de una innecesaria pompa; pero el resto de cambios no apuntó a todas las exigencias requeridas para recomponer las confianzas.
Gloria Hutt, Ministra de Transporte, Jaime Mañalich, Ministro de Salud, y Marcela Cubillos, Ministra de Educación, continúan en sus respectivas carteras desafiando así el sentido común que, aparentemente, no tiene el Presidente de Chile.
Consecuente con lo anterior, hoy martes 29 de octubre, ya hubo protestas de parte de educadores y educadoras de párvulo, contra una de las leyes que Piñera intenta colar en su agenda social con un nombre bonito, pero una letra preocupante; también de organismos de salud; y no hay que olvidar que estas semanas comenzaron con los 30 pesos del “Transporte”. En este punto, creo que será importante decir que la soberbia presidencial, incapaz de crear un discurso distinto al económico, como señalara antes, se ha encargado de prolongar, e incluso agudizar el malestar social, a partir de un show televisivo, en el caso de ayer, que fue envuelto con una carísima e innecesaria cinta de regalo para unas pocas y para unos pocos que allí estuvieron, y que no quieren comprender lo que pasa fuera de sus burbujas de privilegios. ¿Y qué es lo que pasa fueras? Las y los ciudadanos a lo largo del país continuamos movilizados, expectantes de que algo importante suceda; lo que sea.
De hecho, si hemos de valorar en algo “la chilenidad” será por esa esperanza que aún sostiene a la gente común y corriente, enterada ahora que no tiene por qué recibir solo migajas. El sistema económico chileno instalado por la escuela de los Chicago-Boys durante la Dictadura Cívico-Militar agoniza por sus propias limitaciones. La “ley del chorreo” no podía funcionar para siempre.
Ahora bien, cambiado el Ministro del Interior, ya asumido Gonzalo Blumel, supuestamente mucho más dialogante que Andrés Chadwick, el Gobierno tuvo una oportunidad inmediata para calmar un poco las aguas y distanciarse así de los errores discursivos en los que han caído. Esto, pese a lo inadecuado de algunos cambios en el gabinete y de los desafortunados comentarios, por decirlo menos, que sumaron Chadwick, Espina, Fontaine, Larraín, Hutt, Rubilar y Piñera, entre otras y otros, durante las semanas que ya pasaron. Sin embargo, no lo hizo. Cuando se le consultó directamente, en más de una ocasión, también hoy martes 29 de octubre, acerca de una condena oficial a la violación de Derechos Humanos, Blumel optó por lo políticamente correcto con respecto a su coalición de gobierno, la que incluye, por cierto, bastantes simpatías con el mundo uniformado. Dicho de otro modo, eligió la tangente, sin condenar explícitamente la violación de Derechos Humanos durante los últimos días, excusándose en la necesidad de dejar que la Justicia actúe.
Paradójico, al menos, si pensamos que en Política Exterior, el Gobierno de Chile no ha dudado en condenar las violaciones de derechos fundamentales en otros países. En tal sentido, el discurso, con dos días de nuevo gabinete, continúa siendo sobre la violencia, pero en ningún caso ha existido una condena explícita de gran parte de quienes hoy gobiernan. Es cierto que la violencia en las calles ha aumentado, mas también en cierto que “tanto va el cántaro al agua que finalmente se quiebra”.
Tanto insistió el Gobierno en la violencia, que parece haber propiciado su peor escenario. Lo anterior, ad portas de la llegada de observadores de la ONU, invitados por el mismo Gobierno hace algunos días como estrategia comunicacional, puesto que coincide con el intento de plantear la “normalidad” dentro de la ciudad, quitando el “Estado de Emergencia” y el “Toque de Queda” y llamando, al mismo tiempo, a la población civil a acudir a sus trabajos como que “aquí no hubiera pasado nada”.
No obstante, el Gobierno y el Congreso, “la clase política”, no ha hecho suficiente como para tranquilizar un movimiento que sigue desarrollándose alejado de los partidos políticos. Acciones que bien hubieran podido tomarse antes de que este “globo excesivamente inflado” les explotara en la cara.
En consecuencia, dentro de este contexto, solo me cabe decir que en Chile sí se violan los Derechos Humanos y que es importante que el Mundo lo sepa y que Sebastián Piñera asuma su gran responsabilidad en esto; asímismo Andrés Chadwick debe hacerlo, aun cuando ya no esté en el gabinete. Sobre todo cuando se van acumulando los testimonios de abusos a niñas y niños, hombres y mujeres por parte de militares y carabineros(as), incluso en situaciones que no ameritaban siquiera un regaño. El “Estado de Emergencia” y el “Toque de Queda”, que podrían eventualmente ser cuestionados en términos legales, no facultaban al Estado de permitir a sus agentes “libre acción” sobre la ciudadanía, puesto que en ningún momento el “Estado de Derecho” había dejado de funcionar. Me pregunto dónde quedaron los cursos sobre Derechos Humanos que uniformados obligatoriamente debían rendir, según Alberto Espina, Ministro de Defensa, para ser parte de la institución.
A la fecha, hay declaraciones y material audiovisual extremadamente grave que evidencia maltrato, muertos, disparos contra civiles desarmados, dirigentes extraídos violentamente desde sus casas, periodistas maltratados, e incluso comienzan a aparecer acusaciones sobre desaparecidas y desaparecidos trayendo así de vuelta los peores horrores de la Dictadura Cívico-Militar Chilena. Según el último reporte del Instituto Nacional de Derechos Humanos, hay un total de 120 acciones judiciales, 3535 personas detenidas, 1132 personas heridas en hospitales, 127 con daños oculares, 20 personas desaparecidas, 20 muertos, 5 bajo investigación de haber sido causados por agentes del Estado; otros, al menos, bajo situaciones sospechosas. A las acusaciones anteriores se suman otros organismos como el Colegio de Abogados, que presentará una acusación en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos acerca de la situación en Chile y las complicaciones para el desarrollo de su trabajo al respecto; la Coordinadora Ni Una Menos y Feministas Autónomas, que denunciaron la desaparición de 13 mujeres; La Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile, que ya ha recibido 505 denuncias sobre abusos de distinto tipo; La coordinadora de comisarías de ABOFEM, donde se han recogido denuncias sobre vejámenes, humillaciones, agresiones sexuales. La lista sigue, y eso que aún falta que Amnistía y los observadores/as de la ONU puedan realizar su investigación en terreno.
Cabe mencionar que lo dicho no considera las dificultades para acceder a la información por parte del Instituto Nacional de Derechos Humanos, trabas de por medio de uniformados, ciertos mecanismos y protocolos propios de un estado de guerra más que de una Democracia, el uso indiscriminado de bombas lacrimógenas y material antidisturbios, etc. La violencia ha aumentado, es horrible, sí, hay que condendarla con fuerza, sí, mas el Estado no puede limpiarse las manos como si fuera un simple ente observador e inocuo, cuando este ha violentado progresivamente a la ciudadanía y sus reacciones ante la contingencia han sido, consciente o inconscientemente, incompetentes. De hecho, aún se investiga la quema de estaciones de metros dejando una arista de desconfianzas en todos sentidos. Mínimo se exige una condena explícita del Gobierno. De la Iglesia, ni siquiera se ha sabido, extremadamente desprestigiada el últimpo tiempo por abusos y otras acciones. ¿Se han violado los Derechos Humanos en Chile? Sí. ¿Es algo de hoy? No.
Si miramos hacia atrás, y somos honestos con nuestra Historia a la hora de explicar el hoy, nos daremos cuenta, siendo muy conscientes de lo vivido durante estas semanas, que las violaciones a los Derechos Humanos en Chile han tenido distintas caras durante los últimos treinta años. Caras que no solo han involucrado las marchas masivas, ya en 2006 y 2011 hubo acusaciones de abusos por parte de las “fuerzas de orden” contra estudiantes, sino también otras de las que, irregularmente, la prensa ha hecho eco: los medios también han sucumbido a nuestros problemas estructurales y, por ende, también merecen un examen propio. Las violaciones de Derechos Humanos más evidentes, si revisamos la prensa bajo esa definición, han involucrado en su mayoría a la Región de la Araucanía, al Sur de Chile, donde el pueblo mapuche, la nación mapuche, ha sufrido represión de tipo político y cultural sostenida por parte del Estado de Chile, que ha convertido sus tierras en una zona de continuo conflicto. De hecho, han sido sumamente noticiosos o, a lo menos, han tenido espacio en las redes sociales los montajes descubiertos, la quema de camiones, los abusos policiales contra niñas y niños, maltrato a comuneros, etc.
Material audiovisual existe, e incluso Chile ya ha sido acusado en varias ocasiones por su relación con los pueblos autóctonos. Al respecto, especialmente emblemático fue el caso de Camilo Marcelo Catrillanca Marín. Este comunero mapuche fue muerto en una operación policial que levantó dudas desde varias aristas. Apenas se supo la noticia, Andrés Chadwick, primo y en ese entonces Ministro del Interior del actual Presidente, no dudó en defender el actuar de Carabineros de Chile de manera tajante. Sin embargo, con los días, quedaría en evidencia el montaje y las mentiras respecto al hecho. Desde ese piso, podríamos revisar otros casos que probablemente apunten hacia violaciones a los Derechos Humanos, sobre todo de la infancia, durante gobierno anteriores, a partir de situaciones al menos extrañas; no solo de mapuches, sino también de chilenas/os. Llama la atención el trabajo realizado consecutivamente por los gobiernos chilenos en la región que no han podido dar una solución humana al problema agudizando por temporadas la violencia; incluso una policía especialmente entrenada para el conflicto. La ambigüedad ha sido una constante no solo ahora, sino que por mucho tiempo.
“Ambigüedad”, excelente palabra para definir los discursos políticos. El conflicto mapuche y las violaciones a su dignidad prosiguen. Resulta interesante pensar que en estas semanas de convulsión social, la Araucanía pareciera no existir en el radar, no en cuanto a atentados incendiarios y otras situaciones de las que se ha acusado al pueblo mapuche continuamente y que bien habría podido potenciarse en el contexto actual; pero no lo ha hecho. Ante la contingencia nos obligamos a dudar acerca de lo que ha acontecido en el Sur hasta la fecha, donde sí se han violado los derechos de mucha gente que adhiere a otra bandera.
Existe otro rostro para la vulneración de los Derechos Humanos dentro de nuestro país, que pasó desapercibido durante mucho tiempo porque, sin darnos cuenta, le pusimos encima la venda de la “normalidad”. Quitada esa prenda, gracias al presente, podríamos afirmar que la gente ha salido a la calle, porque se ha dado cuenta de que el sistema chileno actual se conformó estructuralmente desde la desigualdad y, con ello, facilitó la violación de derechos básicos de las personas; por eso este agoniza. No en vano, un sistema que tiene como base el crecimiento de las grandes empresas y, a partir del éxito de estas, el “chorreo” hacia las otras clases sociales no podría definirse de ningún modo como una estrategia de Justicia social; sería deshonesto de nuestra parte, aun cuando haya quien lo defienda. Es cierto que esto funcionó al principio disminuyendo notablemente la línea de pobreza, sin embargo, también fue creando una diferencia abismal entre el 1% de la población, los “súper ricos” y el resto generando, al mismo tiempo, una clase media indefinible por su heterogeneidad de ingresos, una clase media de transición, que al menor problema se vuelve pobre, y una clase social baja extremadamente segregada. Consecuencia tras 30 años: descontento y explosión social por la vulneración de derechos. ¿Derechos Humanos? Por supuesto.
El no tener cómo sostener una vivienda, el no poder acceder a una educación de calidad, la estigmatización social sobre la base de dónde vives, el no tener posibilidades de un adecuado tratamiento de salud, el tener que “remar” para llegar a fin de mes, el que el sueldo mínimo no alcance y un largo etcétera implican violaciones a los derechos fundamentales. Con mayor razón si cada cierto tiempo vemos en los noticieros políticos o empresas coludiéndose por más riquezas, grandes estafas y robos llevados a cabo por instituciones como el ejército o Carabineros de Chile o por gente de “cuello y corbata” que son condenados a clases de Ética, mientras el ciudadano común va a la cárcel, senadoras y senadores, diputadas y diputados, planteando la imposibilidad de vivir con salarios inferiores a los que poseen actualmente, los más altos del ránking de la OCDE, sin contar otros privilegios y que sus sueldos superan por 33 veces al sueldo mínimo. ¿Qué otra cosa podía pasar en Chile si no una explosión social? El lumpen, que también se manifestó en saqueos y otros hechos vandálicos, nace precisamente de un Chile que se enfocó en crear “consumidores” antes que “buenos ciudadanos”; un Chile donde todo es un “bien de consumo”, incluso la Educación.
En síntesis, me atrevo a afirmar que los Derechos Humanos han sido vulnerados en nuestro país dentro de un marco que entendíamos como “normalidad” sin preocuparnos del fondo que lo sostenía. Más que nunca debemos volver a la Historia y a la Filosofía, asignaturas que incluso quisieron ser sacadas del sistema educativo chileno; debemos recuperar la Educación Pública.
Pienso que el Estado chileno ha violado los Derechos Humanos de distintas formas, no solo de las más evidentes, aunque sean las que más transmite la TV; la ambición también ha hecho lo propio. Ambición que creo es tremendamente representada por el actual presidente, Sebastián Piñera, incapaz de salir del problema dada su condición de garante el Sistema, aunque la privatización extrema fuera hija de Ricardo Lagos y Eduardo Frei, presente también con Michelle Bachelet.
Privatización que generó, por cierto, condiciones suficientes para el nacimiento de una élite tan lejana a la gente, que incluso los medios de prensa se volvieron distantes de las necesidades de la ciudadanía. En vez de ocuparnos de la Salud como correspondía, por ejemplo, mantuvimos como tradición la Teletón, un espectáculo televisivo transversal de caridad en cuestiones en que el Estado debía hacerse cargo. En efecto, todas y todos éramos teloneros del momento clave: un empresario dando su donación.
Creo que podríamos escribir un tratado aún más extenso sobre lo que ha pasado en Chile y defender sin problemas la tesis inicial: en Chile se violan los Derechos Humanos. Solo nos cabe decir que nos cansamos de los discursos de la “clase política”, que aún da coletazos sectoriales intentando sacar provecho de esto, en particular la ex Nueva Mayoría, mas antes de ahondar en ello, espero quee stos comprendan que es el momento de que nos muestren acciones, no tanta palabrería. Si no los despediremos a todas y a todos de la peor manera, puesto que trabajan para nosotras y para nosotros. Sin duda, tenemos una oportunidad única en la Historia de Chile para fundar una República realmente que nos pertenezca como chilenas y chilenos que somos y no solo una representación “mágica” de lo que la élite ha entendido como Chile desde los tiempos de Diego Portales. En Chile se han violado los Derechos Humanos en muchos ámbitos: hoy la ciudadanía exige Justicia, no venganza, que no se confundan allá arriba, porque “arriba” es solo una convención.
Sebastián Piñera deberá hacerse responsable de sus decisiones; Andrés Chadwick también espero que responda ante la Ley; y así con todas y todos aquellos que han violado los derechos fundamentales escudados en el Estado durante estas ya casi dos semanas. El diálogo, la dialéctica, el bien común, los cabildos… no harán que olvidemos a las personas que sufrieron por esta causa que es de todas y todos, pues todo cambio al que lleguemos será parte de una Justicia que debe tener por bandera el respeto de los Derechos Humanos.
¡Viva Chile!